
12 Ago La estigmatización de acudir al psicólogo – Teoría de Campo
El tener que acudir al psicólogo sigue siendo un tema tabú y que nos supone dificultad compartirlo con los demás, por el estigma que aún lleva asociado el sufrir un problema relacionado con la salud mental. Durante mucho tiempo se han etiquetado de «loqueros», centros que acogían a personas con patologías graves y no solo a nivel clínico, sino también en el plano social, no se ha contribuido mucho por la inclusión de estas personas.
En nuestros días, gracias a un avance psiquiátrico con tratamientos farmacológicos más efectivos y siendo conscientes de que debido a las dificultades sociales son cada vez más personas las que necesitan recurrir a estos servicios, se ha normalizado algo esta circunstancia, aunque queda mucho camino por hacer.
La «psicología humanista», nace en los años 50 de la mano del psicólogo estadounidense «Carls Rogers», como alternativa al «conductismo» y del que ya había bastantes especialistas divergentes con este método, siendo aún en pleno siglo XXI, el único validado por el sistema público de salud.
Quiero contar aquí la experiencia que el terapeuta mexicano “Guillermo Borja” o más conocido como “Memo”, maestro de algunos profesores míos, durante cuatro años que estuvo recluido en la cárcel, realizó un trabajo en el módulo de psicóticos del que aún pocos escritos recogen, además de un hito que puso más que evidencia los métodos clínicos vigentes en aquel momento. Algunos estaban en estados catatónicos y consiguió a través de un trabajo introspectivo de su propio miedo, su amor y maternaje hacia con ellos, que acabaron cosechando hortalizas, tenían granja de gallinas y patos. Les metió perros y gatos como coterapeutas. Cuenta que al catatónico más violentó lo curó un gato. Al principio sacaba a golpes al gato hasta que se encariñó de él, y así desapareció su violencia. Decía que los animales hicieron más milagros que el psiquiatra y él. También aprendieron a meditar con música clásica. Con esto quiero decir cómo a lo largo de la historia, hasta casi nuestros días, ha salido más rentable recluir y excluir socialmente a este colectivo de personas tildadas de “locos”, que investigar no solo con fármacos para este tipo de ajustes, sino métodos terapéuticos que pudieran mejorar considerablemente la calidad de vida de estas personas.
Bien, en primer lugar, acudir a salud mental no es sinónimo de estar loco, más bien todo lo contrario. Sería un acto de responsabilidad y consciencia reconocer algún tipo de dificultad o atasco de índole emocional que me repercute en mi día a día. Desde la psicología humanista, más concretamente desde la «terapia Gestalt», hablaríamos de proceso madurativo, es decir, un camino de aprendizaje y autoconocimiento sobre mí mismo (ampliar mi consciencia para reconocer mejor los límites entre mi ambiente y yo, aceptar e integrar nuevas partes de mí mismo alienadas, conocer la estructura de mi propio carácter y ser consciente de cómo evito entrar en contacto con lo que verdaderamente necesito, ajustar aspectos opuestos para apaciguar esos conflictos internos, más conocidos en Gestalt como el «perro de abajo» y «perro de arriba», abandonando respuestas automáticas habituales ante situaciones conflictivas actuales, por otras mucho más creativas y maduras, etc.). Por eso mismo Perls, descubridor de la terapia Gestalt, se refería a la «neurosis» del carácter como un «trastorno de maduración». Por lo tanto, tras este desarrollo, creo que queda desmontada la idea negativa preconcebida que conlleva acudir a un servicio de salud mental, el cual supone un acto de valentía y responsabilidad por volvernos algo más humanos. Ese estigma o etiquetas peyorativas sobre este asunto, son más fruto de una sociedad que ha perdido en los últimos años unas cotas significativas de humanismo y donde vivimos una época de gran escasez de amor; solo valores como la competitividad y la productividad rigen actualmente nuestra sociedad.
Ya mencioné en artículos anteriores la relación de horizontalidad, honestidad y confianza que se ha de ir estableciendo para que verdaderamente el proceso tenga efectos. Desde la clínica y los servicios de salud vemos generalmente una figura que lleva implícita su condición de autoridad, el que posee el conocimiento y que en función de lo que expresemos, ya tiene preparada una batería de consignas y recetas que van a dar solución a mi problema. Esto no es nada malo, puesto que para eso acudimos a un profesional, aunque en lo que se refiere a aspectos tan sensibles y humanos, se requiere además de otras cosas. Tengo la absoluta convicción que el profesional, el psicólogo, el terapeuta, más allá del nombre o etiqueta que le queramos colocar, sin proceso humano previo no puede llevar a la persona más allá de donde él no haya transitado. Pongo un ejemplo: «Si a terapia me viene alguien que quiera avanzar y ajustar un fuerte conflicto con su madre», he de reconocer y expresarle mis limitaciones en ese aspecto concreto. En primer lugar, porque no soy mujer y en segundo término no puedo ni podré experimentar nunca lo que es ser madre. Pueden existir profesionales especializados en adicciones, en problemas relacionados con la sexualidad, eminencias que conozcan en profundidad los procesos cognitivos y técnicas muy específicas para abordar un problema, que para que realmente haya un «proceso», algo más ambicioso que paliar los síntomas de un paciente, éste ha debido previamente que trabajarse aspectos de sí mismo que tienen que ver con su propia neurosis (la muerte, sus apegos, su sexualidad, sus relaciones parentales, su carácter, etc.) y haber integrado muchas de esas partes para alcanzar un nivel de empatía óptimo y mostrarse ante su paciente como una persona igual, bastante despojado de sus propios ropajes y con la única salvedad de que ya tiene previamente un recorrido hecho. Sin esta condición no hay proceso y por ende no se está sanado nada, solo se está proporcionando a la persona unas pautas que lo adaptan mejor a un ambiente por tóxico que éste sea, sin tener en cuenta su estructura caracterial, sus necesidades, ni su aprendizaje. Posiblemente le estemos haciendo aún más dependiente de lo que era al llegar a terapia, y muy probable, que cuando en un futuro sus circunstancias ambientales cambien, la persona precise nuevamente de la atención de un profesional, ya que sin integración de sus partes alienadas y sin darse cuenta de ellas, ante un contexto nuevo seguirá articulando las mismas respuestas infantiles y automáticas.
Avanzando en mi propósito de divulgar otra alternativa como es la terapia Gestalt, así como mostrar cómo se trabaja desde ésta, en este artículo pretendo explicar la «Teoría de Campo» y cómo el «Sí mismo» o «Self», en sus distintas funciones, viene a decir que «NO» somos una «patología», sino un organismo unificado, con unas necesidades que hemos de atender interactuando en nuestro entorno más próximo o «ambiente» y que esto es lo que se denomina en Gestalt «el Campo», donde éste incluye tanto al individuo y a su ambiente en una constante interrelación.
Tras haber visto el «ciclo de la necesidad» y los «mecanismos inconscientes» con los que cortamos el ciclo y, por ende, el sano flujo constante de «contacto» y «retirada», en este nuevo artículo quiero trasmitir otro concepto básico de terapia Gestalt y cómo ésta tiende a des-patologizar un cuadro clínico determinado que presente un paciente, en pros de ver más al individuo en su totalidad, desde una lente más humana, holística y sobre todo relacional. Es decir, el sentido existencial de la persona lo vamos a encontrar en su modo de relación y contacto con su entorno, dentro de una teoría de campo que los incluye a ambos, individuo más ambiente. Entre el individuo y su ambiente estaría lo que llamaríamos «la frontera del contacto – retirada», donde se producen los fenómenos psicológicos y que ya vimos en el anterior artículo los estadios que componen del ciclo de la necesidad, así los mecanismos inconscientes que pueden truncar el adecuado flujo de contacto – retirada y, por lo tanto, dejar asuntos o gestalten inconclusas.
Bien, una vez visto el ciclo de la necesidad, vamos a explicar qué es el «self» y sus tres funciones:
• Función «Ello»: Uno de los principios básicos de la Gestalt es el de «figura y fondo». La figura es lo que emerge de un fondo (inconsciente), es lo que se nos hace presente a modo de sensación. Es espontáneo y fuera del alcance de la voluntad. Sería la función encargada de todos aquellos procesos fisiológicos, pulsiones, deseos y funciones regulatorias que el organismo está constantemente ejerciendo para mantener el equilibrio; es lo que llamamos la “homeostasis”.
• Función «Personalidad»: Esta función sería la capacidad que tiene el organismo para contactar con aquello que necesita supeditada sobre la imagen y el concepto que tengamos sobre nosotros mismos. Esto es algo que se va construyendo en función de cómo he ido ajustando mis necesidades a un entorno en constante cambio, la educación recibida, la cultura donde me he desarrollado y mis experiencias pasadas. Cuanto mayor exceso de personalidad exista, con mayor rigidez entraré en contacto y más proclive seré a establecer relaciones de dependencia o a interrumpir el ciclo de contacto con mis verdaderas necesidades. Por lo tanto, esta función sería todo mi sistema de creencias introyectadas, así como las limitaciones que ofrece el «ego» a la hora de considerarme esto o aquello, obviando todos mis demás registros.
• Función «Yo»: Esta función se refiere a la interacción del individuo con su ambiente en el «Aquí y ahora», realmente lo único que existe y que está en constante proceso de actualización y ajuste. A diferencia de la función «ello», éste si está supeditado a mi voluntad, ya que en función de la necesidad emergente y el contexto en el que me encuentre, requerirá de una acción o ajuste creativo para alcanzar un propósito. Esta función está condicionada por las otras dos, ya que, si existiese en el individuo un ajuste severo, podría darse una pérdida de esta función. Por ejemplo, en terapia Gestalt, los niños cuya función yoica no está plenamente desarrollada, los adolescentes o aquellas personas que presenten un ajuste limítrofe severo o psicótico, no representan el problema, sino el síntoma de que algo en su sistema relacional es o ha sido disfuncional. Generalmente estas personas no acuden solas a terapia, ya que desde un enfoque gestáltico se trabaja con todo su sistema para ver qué elementos o situaciones desencadenantes son las que hacen intensificar los síntomas del paciente. En el ejemplo anterior de “Memo” y su trabajo terapéutico con psicóticos, el mismo decía que había hecho más la presencia de los animales acompañando a los enfermos, que el psiquiatra del centro y él mismo. A veces basta con introducir aspectos desconocidos y ausentes en la vida de alguien como escucha, amor, comprensión, reafirmación y compañía reconfortante, para que la percepción de su realidad cambie.
Cuando alguna de estas funciones anteriores entra en conflicto o no existe una alineación entre ellas surge un conflicto. En este caso existen dos partes enfrentadas y por lo tanto una lucha interna que la persona está intentando resolver. Es importante observar e identificar cuál es la polaridad y por lo tanto invitar al paciente a reconciliarse con aquella parte negada. «Si soy esto, ya no soy todo lo demás», sin darnos cuenta de que somos un organismo entero y unificado, que alberga múltiples características, con la salvedad de la lente del carácter con la que percibimos la realidad que nos rodea, casi siempre muy limitada por un exceso de personalidad, así como por creencias rígidas y limitantes. Por ello desde la terapia Gestalt, más allá del problema por el que la persona acuda a terapia, se trata de una propuesta mucho más ambiciosa que calmar unos síntomas, si no que invita a la persona a iniciar un proceso de crecimiento personal y de autoconocimiento que le hará madurar y sostenerse por sus propios pies.
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